por Gerardo Evia y Rocío Lapitz – El MERCOSUR se ha transformado en el primer productor y exportador mundial tanto de soja como de carne vacuna. La expansión de esos sectores explica en buena medida la recuperación económica de Argentina y Uruguay, así como los éxitos exportadores de Brasil. En todos estos casos este primer lugar es el resultado de importantes transformaciones en la agropecuaria regional, las que ya tienen una larga historia en especial en Argentina y Brasil. Lo que sucede en esos productos es mirado con atención en otras regiones, impactando en la bolsa de granos de Chicago así como generando informes desde el New York Times o la BBC de Londres.
El crecimiento de la soja y la carne vacuna si bien representan un cierto éxito económico no han estado alejados de polémicas más o menos intensas, con sus altibajos. Se ha cuestionado la excesiva especialización en unos pocos rubros, los impactos ambientales, el papel de las empresas extranjeras, y la fortaleza de las exportaciones ante las incertidumbres en los mercados compradores. Lo cierto es que la producción de soja y carne vacuna de han convertido en ejes centrales de las estrategias productivas en los países del MERCOSUR, por lo cual es urgente revisar sus aspectos centrales para analizarlos a la luz del desarrollo sostenible.
El crecimiento de la soja y carne
En todos los miembros plenos del MERCOSUR (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) ha crecido el área dedicada a la carne vacuna y la soja. En la última zafra se plantaron en total 36,5 millones de hectáreas de la oleaginosa. La superficie destinada a pastos para ganadería es del orden de los 374 millones de hectáreas. Los mayores crecimientos en la producción correspondieron a Brasil y Paraguay, lo que ha estado vinculado con un aumento de la superficie dedicada a pasturas, que se incrementó en 15 y 45% respectivamente entre 1970 y 2002. El volumen de producción de carne total aumentó en 451 y 112% respectivamente en dichos países. Mientras tanto, en Argentina y Uruguay el crecimiento fue comparativamente mas bajo (24 y 14% respectivamente).
En 2004 se sembraron en el MERCOSUR 36 millones de has. de soja sobre una superficie agrícola total del orden de los 100 millones de has. Esto representa el 42% del área mundial sembrada y casi el 50% de la producción de soja a escala global. En Argentina el área sembrada con oleaginosas creció un 420% entre 1970 y 2004. Le siguen Brasil y Paraguay con crecimientos del 185 y 145 por ciento respectivamente.
Solo en términos de exportaciones esto representa un valor total estimado de 27 mil millones de dólares, de los cuales el 88% corresponden al complejo sojero. Ello equivale al 25% de las exportaciones totales del bloque.
Comercio y desarrollo sustentable
La soja y carne son el motor de la exportaciones agropecuarias de la región, las que se orientan hacia distintos países industrializados y China. Todo indica que más allá de los vaivenes en los precios, mientras se mantenga el crecimiento de las economías en desarrollo (con China a la cabeza), la demanda por aceites y proteínas seguirá firme lo que significa que arrastrará las exportaciones desde el MERCOSUR. Este contexto, que sería el sueño de un economista tradicional ya que desde un lado se tienen oferentes que hacen crecer continuadamente su oferta de soja y carne, y por el otro, potenciales compradores con una demanda insatisfecha, posee varias contradicciones.
En efecto, es necesario en primer lugar advertir que mientras que el comercio internacional de la soja y derivados está relativamente desregulado (bajos aranceles y ausencia de restricciones de acceso), la carne vacuna es uno de los sectores más protegidos y sujeto a mayores distorsiones por cuotas, subsidios a la exportación y a la producción.
La soja y las harinas de soja que vende el MERCOSUR a los países industrializados, prácticamente libre de cuotas o aranceles, van a parar a los países industrializados donde se las usa como alimentos para criar animales destinados a la producción de carne (pollo, cerdo, vacunos). Justamente uno de los rubros más protegidos en la agropecuaria de las naciones ricas. De esta manera la UE toma soja y derivados desde el sur, generando allí los más diversos impactos sociales y ambientales a cambio de generosos dineros, para mantener sus sistemas de protección intensiva, con enormes subsidios, que desencadenan otros tantos efectos negativos ambientales y sociales en sus países. Por si fuera poco, todo esto termina distorsionando los mercados internacionales, ya que tanto la UE como EEUU son exportadores de carne y compiten de esa manera contra el MERCOSUR frente a otros países. Es paradójico entonces que el MERCOSUR festeje como éxito económico ser el principal proveedor del insumo clave (harina de soja) para sus principales competidores en el mercado internacional de las carnes.
Desde el punto de vista de un productor rural, pongamos por caso en las Pampas de Argentina, el intentar vincular el cultivo de soja con la cría de ganado pastoril, resulta en una acción contradictoria en términos de cadena de valor ya que buena parte de la soja que produce irá para engorde de carnes competidoras europeas.
Ajuste ambiental
Otras contradicciones están directamente relacionados con los impactos ambientales de la expansión de la soja y carne en el MERCOSUR. Por ejemplo, estos dos cultivos avanzan rápidamente sobre los ambientes silvestres del Cerrado y la Amazonia en Brasil, con un enorme impacto sobre la diversidad ecológica de esas regiones. En la región oriental de Paraguay la deforestación y fragmentación del hábitat ha sido una de las consecuencias ambientales más graves de la expansión de la frontera agropecuaria sobre los bosques tropicales paranaenses, estimándose que ya se ha perdido mas del 90% de la superficie original de ese ecosistema.
En Argentina y Uruguay, cuyos ambientes naturales fueron tempranamente modificados desde la época de la colonia, se vive un proceso de sustitución de usos tradicionales por la soja o la expansión ganadera. Este proceso de agriculturización ha sido particularmente intenso en la región pampeana Argentina, donde se habla del «monocultivo de soja» transgénica resistente a herbicidas, con impactos ambientales en discusión (por ejemplo, directos por el uso de agroquímicos, o indirectos por la expulsión de la ganadería y agricultura tradicional a otros ambientes más alejados y marginales, donde se avanza sobre distintas áreas silvestres).
Por lo tanto, el crecimiento de la soja y la carne se hace a costa de un alto impacto ambiental que nunca está reflejado en los precios del mercado. Ocasionalmente aparece en forma colateral, como ha sucedido en estas últimas semanas con la negativa de China a comprar soja brasilera con residuos de agroquímicos. A pesar del impacto de la medida, que derrumbó los precios del grano en la bolsa de Chicago, el eje central de la medida no es ambiental, ni el gobierno de Brasil reacciona en el plano del debate ambiental.
De esta manera los países del MERCOSUR están basando un segmento importante de su competitividad en la disponibilidad de recursos naturales. El caso es muy claro en Brasil: la producción de soja aumenta sobre todo por incrementos en el área cultivada, y ésta avanza más y más sobre el Cerrado. El precio de la tierra es muy bajo, y no es un elemento limitante central, frente a otros problemas, como por ejemplo la necesaria infraestructura de transporte para retirar las cosechas. Es casi un escenario inverso al europeo o norteamericano: tierra muy barata, casi sin normativa ambiental efectiva, donde es necesario convencer al gobierno de turno que construya más y más carreteras para movilizar la cosecha (justamente lo que está haciendo la administración Lula).
La sustentabilidad de una estrategia de este tipo es muy limitada en tanto caerá una vez agotadas las fuentes de recursos naturales determinantes de las ventajas comparativas. Por ello es importante para una estrategia de desarrollo agropecuario sustentable pensar en diseñar competitividad a partir de otras formas de agregado de valor mientras se asegura la integridad de los ecosistemas.
Los países del MERCOSUR tienen a la mano un camino en ese sentido basado en la cría de ganado en forma pastoril, bajo condiciones llamadas «orgánicas», de mucho menor impacto ambiental. Esa perspectiva tiene amplias potencialidades ya que la carne proveniente de sistemas pastoriles es apenas el 27% de la producción mundial lo que la convierte en una exclusividad, y el MERCOSUR es el principal productor de este tipo de carnes. Asimismo una mejora en las condiciones de la ganadería hará que sean viables las rotaciones soja-ganado, de manera de reducir la presión sobre los suelos pampeanos.
Oportunidades de negociación
La Unión Europea y el MERCOSUR se encuentran negociando un acuerdo comercial y de cooperación entre bloques. El acceso de productos agropecuarios del MERCOSUR es uno de los temas más difíciles en esas conversaciones. Las actuales propuestas en discusión no permiten remontar los problemas de la producción de granos y ganados en la UE o el MERCOSUR; se mantendrían los subsidios y protecciones, abriéndose ventanas de cuotas para el comercio desde el sur. Por lo tanto las relaciones que acabamos de discutir se mantendrían más o menos incambiadas. Ni que decir del caso chino, todavía más lejos de introducir seriamente las consideraciones ambientales, y donde la sociedad civil del MERCOSUR no tiene contrapartes en organizaciones ciudadanas o sindicales independientes para promover este tipo de cuestiones.
Las negociaciones actuales, y en especial el encuentro entre la UE y el MERCOSUR que acaba de realizarse en Guadalajara, no abordan seriamente una perspectiva de desarrollo sostenible. Unos y otros regatean propuestas comerciales, buscando sacar pequeñas ventajas, mientras que los sistemas productivos que han generado destruyen, año a año, los ambientes silvestres, reducen la calidad ambiental y no aseguran un genuino desarrollo económico.
G. Evia y R. Lapitz son analistas de información en D3E (Desarrollo, Economía, Ecología y Equidad América Latina). El presente texto es parte de una investigación más amplia realizada con apoyo de la Fundación Futuro Latinoamericano y la Fundación Tinker.