por Eduardo Gudynas – Pocos días atrás, en un encuentro celebrado en La Paz, y convocado por la Cámara de Industria, Comercio, Servicios y Turismo de Santa Cruz (CAINCO) y del Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE), se subrayó la importancia de los biocombustibles en Bolivia. La obtención de combustibles a partir de cultivos como caña de azúcar o soja, aseguraría importantes ingresos de exportación, generaría empleos, y hasta serviría para revitalizar comunidades rurales
Ventajas de ese tipo también se han invocado en otros países de América Latina. En resumen, se proclama que los biocombustibles permitirían enfrentar el cambio climático, serían una alternativa frente a un petróleo muy caro, y desencadenarían una nueva revolución agrícola en América Latina. Esas potencialidades son alentadoras, y nadie quisiera perderse esos negocios, y por esa razón más o menos las mismas iniciativas están en marcha en otros países.
Pero en todos esos casos también se han lanzado alertas. Se están publicando nuevos estudios que indican que el uso de cultivos como caña de azúcar o soja para obtener combustibles tienen limitaciones energéticas, y generan impactos sociales, económicos y ambientales muy importantes. Otros cuestionan los supuestos beneficios energéticos, mientras que hay muchas incertidumbres comerciales. Por lo tanto, es necesario preguntarse si tiene sentido para un país como Bolivia privilegiar los cultivos para obtener combustibles. ¿Servirán para mejorar la calidad de vida de las familias rurales? ¿Encierran un conflicto con la producción de alimentos?
Agroindustria, combustibles y exportaciones
Para responder a estas preguntas es necesario comenzar por reconocer que las actuales propuestas de biocombustibles se basan específicamente en cultivos a gran escala como la soja o caña de azúcar. Por lo tanto es indispensable usar el término “agrocombustibles” para diferenciarlos de otras fuentes de bioenergía, y para dejar en claro que su materia prima son cultivos que también sirven como alimentos. El uso de la palabra “biocombustible” esconde esa dependencia de los cultivos alimentarios, la que justamente es una cuestión central en países como Bolivia.
Clarificado ese punto, es necesario recordar que la demanda por alimentos para consumo nacional es muy importante en América Latina, ya que se siguen enfrentando serios problemas de subnutrición. Más de 59 millones de personas enfrentaban la subnutrición en 2001-03, según la FAO. Entretanto, la producción agropecuaria ha crecido, y se ha enfocado cada vez más en exportar sus productos hacia otros mercados, superando los 80 mil millones dólares.
Ha tenido lugar un profundo proceso de reestructura volcado hacia los monocultivos de gran escala y las agroindustrias. Bolivia ha transitado ese camino, ya que su producción agropecuaria ha crecido a una tasa media de 3.2% entre 1996 y 2005 (un poco por encima del promedio latinoamericano). Las exportaciones agropecuarias y forestales pasaron de 111,8 millones de dólares en 2000 a 172 millones de dólares en 2005. Sin embargo, la producción de alimentos per capita apenas creció 1,1% en 1996-2005, y Bolivia todavía enfrenta altísimos niveles de subnutrición: 23% de la población en 2001-03 según la FAO. En otras palabras, la agropecuaria creció, se exportó más, pero el país permanece con graves problemas de acceso a la alimentación.
Es evidente que una parte sustancial de ese crecimiento de la producción fue orientado a las exportaciones, y posiblemente el ejemplo mas conocido es el sector sojero. La producción de agrocombustibles refuerza ese patrón de desarrollo en sus puntos básicos: se basa en monocultivos y en una producción de gran escala, y está atada a las exportaciones. Sus actores principales son grandes agricultores y empresas comercializadoras. En tanto ese comercio exterior ofrece mayores rentabilidades, se vuelve mucho más atrayente que cultivar alimentos para un mercado interno con menor poder de compra.
Es así que la promoción de agrocombustibles orientados a la exportación contribuirá a generar las tensiones con la producción de alimentos. Este no es un problema potencial que eventualmente podría surgir en el futuro, sino que ese tipo de oposición ya está operando en el continente, y los agrocombustibles las acentuarán. Bolivia junto a otros cuatro países representan los cuatro casos mas agudos de esa problemática: las exportaciones de agroalimentos son un alto porcentaje de sus exportaciones totales (mas del 25%) pero a la vez tienen altos niveles de subnutrición (mas de 10%). En efecto, Bolivia junto a Guatemala, Honduras, Paraguay y Nicaragua, sufren la paradoja de ser grandes exportadores de agroalimentos mientras dentro de sus fronteras hay mucha gente con problemas de alimentación.
Inseguridad alimentaria, ambiente y desplazamiento social
El camino basado en agroindustrias de exportación pasa a dominar las estrategias de producción rural, se expande, y por lo tanto se reduce la producción destinada al mercado interno. La canasta de alimentos producidos localmente se encoge, y en algunos casos se deben importar alimentos. Incluso en grandes productores agroalimentarios como Argentina, la alta rentabilidad que ofrecen las exportaciones terminó promoviendo cultivos como la soja, pero a costa de reducir otras actividades orientadas al mercado interno, como la ganadería lechera.
En el caso de países como Bolivia, el destinar superficies significativas a los agrocombustibles no resuelve los problemas de alimentación, sino que aumentará la presión sobre los usos del suelo, y en algunos casos generará todavía más vulnerabilidad ante los vaivenes climáticos. Recordemos que esa fragilidad ha quedado en evidencia por los serios problemas climáticos que recientemente vivió el país, atrapado por un lado en lluvias e inundaciones en las tierras bajas del oriente, y por otro lado por sequías y heladas en las zonas andinas.
Eso desembocó en una reducción estimada en 11 % en la producción de papa, arroz, y otros cultivos claves para alimentación; el producto estrella de las exportaciones, la soja, se reduciría en un 13%, según el reporte de la misión de FAO que visitó Bolivia el pasado abril. El frágil balance se ha roto, y se deberán importar alimentos básicos, como arroz y papas. Frente a esta variabilidad climática, el país necesitaría contar con reservas de tierra dedicadas a producir suficientes alimentos como para contar con márgenes suficientes que le permitan superar futuros contratiempos climáticos.
Tampoco se pueden olvidar los impactos sociales. Los agrocombustibles de exportación se basan en cultivos de gran escala, que terminan desplazando a los pequeños y medianos campesinos. En otros países ese proceso se ha dado bajo dos formas: en unos casos se compran las tierras, y en otros casos se establecen contratos de producción que atan al campesino a consorcios agroindustriales, perdiendo la capacidad de tomar decisiones sobre su propia tierra, sufriendo de escasos márgenes de rentabilidad y en muchos casos endeudándose. La generación de empleo rural es muy limitada, ya que los cultivos de gran escala se basan en la mecanización donde se reemplaza la mano de obra humana por máquinas.
Tierras disponibles y acumulación de impactos
En varios países se justifica la apuesta a los agrocombustibles apuntando que hay un amplio territorio disponible sobre el cual se puede avanzar. Con ese argumento se intenta responder al cuestionamiento de la oposición entre agrocombustibles y alimentos, ya que habría “espacio” suficiente para lograr ambos propósitos. El ejemplo más conocido es Brasil, donde el presidente Lula ha señalado que cuenta con 200 millones de hectáreas de pasturas en las cuales se puede cultivar caña de azúcar.
En Bolivia, en el encuentro del IBCE y CAINCO se invocó la disponibilidad de 15 millones de has aptas según el Plan del Uso del Suelo (PLUS). Expansiones agrícolas de tal envergadura tienen un enorme impacto ambiental; intentar ese camino significará una sucesión de efectos ecológicos negativos posiblemente en el oriente y amazonia de Bolivia. A juzgar por los hechos observados en otros países, se podría desencadenar la acumulación de residuos de agrotóxicos, acidificación de suelos, emisión de contaminantes en las prácticas de quemas, pérdida de biodiversidad, etc.
Podría plantearse la urgencia de asumir los costos sociales y ambientales de tal expansión si ella fuera para atender las necesidades de seguridad alimentaria nacional, pero en este caso son para alimentar los automóviles de estadounidenses, europeos o japoneses. Son evidentes las tensiones con las metas de preservación de las áreas naturales.
El crecimiento de la agricultura exportadora está detrás del avance de la frontera agropecuaria en varios países; por ejemplo, en Brasil, la sojización ha transformado completamente la ecoregión de Cerrado, y se pronostica que los agrocombustibles desencadenarán un nuevo aumento de la superficie de la caña de azúcar con muchos impactos ambientales, incluyendo nuevas amenazas sobre los bosques. La evidencia disponible para los países vecinos, como Argentina, Brasil, Perú y Colombia, en todos los casos indica que la expansión de cultivos para combustibles no es inocua y está aumentando la presión ambiental.
En paralelo a esa advertencia ambiental, cabe preguntarse por qué no se aprovecha en la actualidad una parte de esas supuestas tierras “ociosas” para producir alimentos para consumo nacional. La respuesta es sencilla: no es considerada lo suficientemente rentable por las empresas agropecuarias. Esto deja al desnudo que los objetivos empresariales en juego no están comprometidos con los esfuerzos para solucionar los problemas de suficiencia alimentaria, y que por el contrario apuntan a conseguir un nicho en las exportaciones hacia los países industrializados.
Necesidades y balances energéticos
En esta discusión también se deben contemplar los aspectos energéticos. Es posible entender la necesidad de agrocombustibles en aquellos países que tienen un importante déficit energético, o que no tienen hidrocarburos, y por lo tanto necesitan generar sus propios combustibles para no depender de importar un petróleo cada vez más claro (como es el caso de Chile o Uruguay).
Pero ese no es el caso de Bolivia, ya que el país cuenta con muchos recursos hidrocarburíferos. Las dificultades nacionales no están en la disponibilidad de esos energéticos, sino en su extracción, procesamiento y distribución dentro del país. Las supuestas bondades ecológicas de estos combustibles también están en discusión. Es cierto que las mezclas con bioetanol y biodiesel al ser utilizadas en motores de combustión tienen menores emisiones de algunas sustancias, pero no en otras, y además su poder energético es menor lo que hace aumentar el consumo de combustibles. Por lo tanto el balance del impacto ambiental neto todavía se discute.
En cuanto al balance energético para obtener estos biocombustibles también está en discusión. Es muy común apelar al ejemplo del combustible logrado de la caña de azúcar, que entrega 8 a 10 veces la energía que se consumió en su cultivo y producción. Este balance haría que los agrocombustibles fueran imbatibles como fuente de energía. Pero los nuevos estudios, que sobre todo están orientados a la soja y maíz, arrojan resultados muy diversos y contradictorios: así como se registran balances positivos hay otros que señalan que son negativos, debido al alto consumo de energía en el cultivo, transporte y procesamiento. Existe un creciente consenso en que estos agrocombustibles de primera generación no arrojan márgenes suficientemente atractivos, y se deberá esperar a las próximas tecnologías basadas en el aprovechamiento de la celulosa.
Más allá de toda esta discusión, podría entenderse que se deben iniciar tareas de investigación y desarrollo de un sector propio de agrocombustibles para Bolivia. Es una forma de no quedar rezagados no dependientes de tecnologías extranjeras. Pero eso es muy distinto a plantear ese tipo de cultivos como una opción productiva principal.
Razones nacionales y razones económicas
Por razones como las ilustradas en este artículo, sea desde el camino de las políticas agrícolas y alimentarias, como desde las energéticas, se suman los argumentos que indican que no tiene sentido embarcarse en presentar a los agrocombustibles como una opción de desarrollo destacada ni privilegiada. No representan una solución para la mayor parte de los problemas rurales, y en realidad son una nueva forma de acentuar las clásicas formas de inserción internacional de América Latina: vender recursos naturales con poco procesamiento, dejando en nuestros suelos sus impactos ambientales y sociales, quedar en manos de transnacionales que comercializan el producto, y depender de los vaivenes de las demandas de los países del norte.
A pesar de la evidencia de importantes impactos negativos y los problemas envueltos en obtener agrocombustibles, esta moda sigue avanzando a buen paso. Eso hace que sea necesario preguntarse por qué se insiste en este tipo de estrategia. La respuesta es sencilla: es un buen negocio. En un contexto de un petróleo caro, los ingresos que se obtienen por las exportaciones de agrocombustibles se vuelven enormes. Además, las perspectivas futuras también son ventajosas, ya que los países industrializados anuncian una demanda que no dejará de crecer en los próximos años.
Muchos gobiernos terminan apoyando estas estrategias por diversas causas; desde compartir la fe en las exportaciones agrícolas como uno de los motores del desarrollo (Brasil), a nutrir los cofres estatales mediante impuestos a las exportaciones de productos agrícolas (Argentina). Este buen negocio descansa en una ilusión: desde el punto de vista macroeconómico las exportaciones agroindustriales son muy positivas, ya que mejoran la balanza comercial y aseguran el ingreso de divisas.
Por esta razón las exportaciones de agrocombustibles son atractivas. Pero para las economías locales, en especial las de los pequeños y medianos productores, pueden llegar a ser muy negativas; también se acumulan externalidades ambientales que la economía tradicional no valora. Finalmente, desde el punto de vista de la economía política es una estrategia riesgosa que no resuelve los problemas mas urgentes de la alimentación ni genera un genuino desarrollo.
Es así que hay muchos aspectos negativos que no han sido considerados, y que deben contemplarse para evaluar con mucho más cuidado el camino que se seguirá. Además, las prioridades siguen estando en asegurar la alimentación a toda la población. En las circunstancias actuales, una mirada nacional sobre los agrocombustibles debe sopesar las posibles ganancias exportadoras, y los posibles perjuicios sociales, económicos y ambientales; debe atender tanto a los probables ingresos por exportación, como a los gastos en que deberá incurrir el Estado para cubrir las demandas de agricultores desplazados, deterioro de la oferta alimentaria o preservar la biodiversidad; debe recordar que el país posee recursos energéticos enormes, pero ostenta la dramática paradoja de ser un importante agroexportador mientras una proporción significativa de su población no recibe una alimentación adecuada.
Eduardo Gudynas es analista de información en CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social), un centro de investigación y promoción del desarrollo sostenible en América Latina. El presente artículo fue preparado especialmente para Bolpress. Informaciones adicionales se pueden encontrar aquí.
Publicado originalmente en Bolpress, Bolivia, 7 junio 2007.