La opción ecológica en la agropecuaria

por Eduardo Gudynas – El 5 de Junio, Día Mundial del Medio Ambiente, deja en evidencia uno de los mayores desafíos ambientales en el país: equilibrar la producción agropecuaria y la protección ambiental. Esa tarea no sólo arrojará beneficios ecológicos, sino que puede promover éxitos económicos especialmente en el comercio internacional, atendiendo a los consumidores cada vez más interesados en la calidad de los alimentos. La calidad natural en lugar de ser una barrera es en realidad una oportunidad, tanto ecológica como económica.

El sector agropecuario continúa siendo el principal motor exportador del país. Más del 85% de las exportaciones tienen ese origen, y las carnes y lanas siguen a la cabeza alcanzado el orden de los $ 600 millones dólares. Si bien todos aceptan esta importancia económica, todavía son pocos los que se percatan que este sector está inserto en un marco ecológico. Tampoco es raro pensar que los principales problemas ambientales del país residen en las basuras y contaminación de las ciudades.

Pero lo cierto es que el medio rural es un capítulo fundamental en la agenda ambiental del país. Nuestras exportaciones agropecuarias se sustentan en la Naturaleza: los ganados necesitan de buenas pasturas, y éstos a su vez requieren de buenos suelos y agua disponible; los cultivos exigen suelos fértiles y también suficiente agua. Este marco determina limitaciones a la producción, pero también ofrece ventajas, y entre ellas muchas de tipo comercial. Sorpresivamente estamos enfrentando una coyuntura donde no son pocas las ventajas exportadores que dependen de la calidad ecológica de los productos agropecuarios. De la misma manera, la calidad del ambiente en el medio rural en gran medida determina la situación ambiental de todo el país.

El nuevo contexto ambiental

La agropecuaria uruguaya se encuentra en una estrecha interdependencia con la Naturaleza. Los vaivenes climáticos, como las sequías o inundaciones, nos recuerdan ese hecho. La disponibilidad de agua, así como la calidad de los suelos, afectan directamente a la productividad de nuestros campos. A ello se suma que los consumidores de los alimentos también le prestan atención a la protección ambiental, en tanto buscan productos sin contaminantes químicos o farmaceúticos, y se preocupan por los métodos bajos los cuales se crían ganados y aves. En estos casos se mezcla tanto una preocupación por el medio ambiente como un entendible interés en evitar alimentos que pueden dañar la propia salud. Al amparo de esta nueva tendencia han florecido en varios países industrializados los mercados de consumo de productos «orgánicos», lo que logran precios de venta mayores. No debe creerse que esa tendencia es exclusiva de los países ricos. Está avanzando en Uruguay y en los demás países del MERCOSUR, especialmente Argentina y Brasil.

De esta manera, una agropecuaria volcada a la protección del medio ambiente logra además una ventaja económica. Puede aprovechar esos nuevos mercados, colocar allí sus productos, e incluso lograr precios de venta a veces mayores. Esta situación pone en el tapete la necesidad de prestar mucha atención a los problemas ambientales que vive el agro, ya que sus repercusiones además de ecológicas serán económicas.

Protección ambiental

Posiblemente una de las más tempranas advertencias de los impactos negativos de la agropecuaria moderna, y también uno de los más conmovedores, lo realizó Rachel Carson en su libro «Primavera Silenciosa» (1964). Allí se advertía que el sobreuso de los químicos, especialmente los insecticidas, estaban envenenando el ambiente. Dice la autora: «Por primera vez en la historia del mundo, todo ser humano está ahora sujeto al contacto con peligrosos productos químicos, desde su nacimiento hasta su muerte. En menos de dos décadas de uso, los plaguicidas sintéticos han sido ampliamente distribuidos a través del mundo animado e inanimado …» Esos productos contaminan el aire, el agua y el suelo, afectando especies pequeñas como los insectos, hasta otras más grandes, como peces, trasladándose de un eslabón a otro en la cadena de la vida. Precisamente el título de esa obra alude a la desaparición de las aves debida a esa contaminación: «… llega ahora la primavera sin ser anunciada por el regreso de los pájaros, y los tempranos amaneceres están extrañamente silenciosos» advierte Carson.

Los impactos negativos de los pesticidas, herbicidas y otros químicos que se usan en el campo no sólo generan contaminación, sino que también degradan los suelos. Nuestro vecino, Argentina, ha avanzado bastante en identificar varios problemas ambientales desencadenados por esos paquetes tecnológicos. Por ejemplo, R. Bocchetto (1994), investigador del INTA, indica que desde mediados de la década de 1970 el incremento de la mecanización, las semillas híbridas, los agroquímicos y las rotaciones si bien aumentó la productividad «produjo una fuerte degradación de los suelos», la que a su vez volvió a estancar la producción, donde «el productor pampeano se convirtió en un instrumento de degradación de los recursos naturales». En nuestro país existen datos que apuntan en el mismo sentido, aunque todavía dispersos y difíciles de acceder, pero que indican pérdida y degradación del suelo, problemas con el agua (tanto por contaminación orgánica y por nitratos, como por disponibilidad), y sobreuso de agroquímicos.

Otros estudios más recientes también han obligado a tomar con mayor modestia los pretendidos aumentos de productividad de los modernos paquetes tecnológicos. Ello se debe a que esos incrementos se logran a partir de enormes aportes adicionales de energía y materia. De esta manera cada kilogramo extra que se obtiene desde la tierra requiere proporcionalmente más y más aportes, de donde la eficiencia de todo el proceso en vez de crecer, se reduce. Este hecho lo viven los productores de un modo indirecto: si bien los rendimientos por hectárea aumentan, ello requiere insumos cada vez más caros, intensivos y sofisticados. En los predios se manejan modernas maquinarias, se gasta más en combustible y se aportan diversos productos a la tierra, y por lo tanto los gastos son enormes. De esta manera cuando se realiza un análisis abarcando todo el sector muchas supuestas ventajas quedan en entredicho, ya que se hace evidente el endeudamiento de los productores para mantener esos insumos, se toma conciencia de los impactos ambientales y de los cambios sociales. En el caso del MERCOSUR se está haciendo evidente que la búsqueda de intensificaciones todavía mayores en la esperanza de lograr beneficios económicos, podrá lograr aumentos en la producción, posiblemente desencadenará una reducción de los pequeños y medianos productores, una mayor degradación de los suelos, contaminación química y pérdida de biodiversidad, como lo ha advertido E. Viglizzo (1997), también del INTA.

Buena parte de estos impactos ambientales pasan desapercibidos por su carácter difuso, tal como sucede con la erosión o la alteración de los ciclos hidrológicos. Eso hace que sean difíciles de ponerlos en evidencia. Ello se agrava al no estar valorados económicamente. En los predios no se restan las pérdidas económicas debidas a la erosión, ni los ministerios restan de la contabilidad nacional las pérdidas de agua potable subterránea por contaminación con nitratos. Sin embargo, un correcto balance de la productividad agropecuaria debería incluir esos costos ambientales, de donde posiblemente muchas actividades que hoy se definen como rentables en realidad están generando déficits económicos que son trasladados al Estado o el resto de la sociedad. Problemas ambientales como la contaminación de suelos y aguas finalmente deberán ser cubiertos por municipios o ministerios, o lo que es lo mismo por todos nosotros. De la misma manera actividades que hoy tienen estrechos márgenes económicos en realidad podrían tener beneficios ampliados en tanto ofrecen servicios ecológicos que deben ser valorados económicamente, como por ejemplo la ganadería extensiva.

Producción ecológica

Como contracara de estos impactos ambientales se observa que el cuidado del entorno ofrece ventajas comerciales. Por ejemplo, la venta de alimentos orgánicos en los EE UU alcanzó un estimado de casi 2 mil millones de dólares en 1996, mientras que en Europa ese mismo mercado superaba los mil millones de dólares. Nueva Zelandia que una y otra vez es presentada como un ejemplo de desregulación extrema, en realidad apoya la producción y las exportaciones orgánicas, especialmente a países europeos y Japón. Ese apoyo incluye la investigación y análisis de alternativas tecnológicas, y está muy lejos de dejarlos librados al vaivén del mercado. Si algunos piensan que estas novedades son propias de países ricos, dejando asomar el clásico pesimismo uruguayo, debería entonces observarse la situación en Argentina. Si bien nuestro vecino vive problemas en el sector agropecuario en varios aspectos similares a los uruguayos, el sector orgánico no ha dejado de crecer. Ha pasado de exportar 2 millones de dólares ( 5 mil ton) en 1995 a 20 millones de dólares en 1999 (25 mil ton).

Estos hechos demuestran que la perspectiva ambiental de la agropecuaria bajo ningún punto de vista apunta a anular esos rubros, sino a buscar los buscar los justos equilibrios entre el desarrollo y la conservación, tal como lo plantea el desarrollo sostenible. Ese equilibrio reside en asegurar una producción agropecuaria que no destruya la base ecológica sobre la que descansa, sin dejar de aprovechar las ventajas comerciales que ofrecen esas condiciones.

Es bueno recordar que la FAO define el desarrollo sostenible agropecuarios como «el manejo y conservación de los recursos naturales y la orientación de cambios tecnológicos e institucionales de manera de asegurar la satisfacción de las necesidades humanas de forma continuada para la presente y futuras generaciones. Tal desarrollo sustentable conserva el suelo, el agua y los recursos genéticos animales y vegetales, no degrada el medio ambiente, es técnicamente apropiado, económicamente viable y socialmente aceptable».

Uruguay posee un modesto punto de partida en esta perspectiva de la sustentabilidad. Existe un incipiente mercado orgánico, tal como lo muestra un reciente estudio de encargado por el PREDEG del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, estimando que el mercado nacional en esos productos es de US$ 1 140 000, abarcando por lo menos 120 productores.

Pero más importante todavía son las implicancias exportadoras. Información hoy disponible apunta a que el comercio internacional agroalimentario del futuro deberá cumplir con normas de calidad ambiental y sanitaria cada vez mas exigentes, donde el estándar serán productos libres de residuos químicos o farmaceúticos y obtenidos de manera natural.

Felizmente estos hechos comienzan a ser advertidos por analistas nacionales, indicándose la creciente importancia de los factores no-económicos en el comercio internacional de algunos productos agropecuarios. Por ejemplo, en el marco de las actividades que promociona el Instituto del Plan Agropecuario, Daniel De Mattos lista entre esos factores la seguridad y la salud del consumidor, la calidad del producto, el bienestar animal y el cuidado del medio ambiente. No debe olvidarse que buena parte del sector ganadero fácilmente podría alcanzar esos nuevos estándares ambientales, lo que abriría las puertas a nuevas exportaciones.

Resistencias uruguayas

Por lo tanto en Uruguay se vive una tensión: la calidad ambiental ofrece ventajas comerciales, pero muchas de las propuestas de desarrollo agropecuario no sólo no sacan provecho de ese componente, sino que podrían anularlo. En efecto, muchos analistas consideran que la salida de la crisis debe hacerse esencialmente por intensificar todavía más la producción. En esas respuestas se albergan por lo menos dos líneas de argumentos. Una está volcada sobre los aspectos económicos y comerciales, defendiéndose una fuerte re-estructura de las empresas agropecuarias y aumentos de los excedentes que pueden ser vendidos. La otra está recostada en algunas escuelas científico-técnicas que apuestan al optimismo tecnocrático para intervenir y manipular el ambiente, y lograr todavía mayores rendimientos. Estas dos corrientes se dan la mano y alientan la intensificación, más allá de los problemas sociales y ambientales que pueda ocasionar, e incluso ven la eclosión de esos problemas como un mal necesario para el «saneamiento» económico del sector.

Estas posturas minimizan los problemas ambientales en el medio rural y pasan por alto las ventajas exportadoras. Incluso se llegan a cuestionar técnicamente algunas opciones ambientalistas. Un ejemplo se observa en uno de los boletines técnicos de INIA La Estanzuela, donde se denuncia que la agricultura orgánica, donde se produce sin fertilizantes sintéticos ni agroquímicos, y evitando el maltrato de animales, no está basada en el conocimiento científico «sino en creencias populares alimentadas por grupos socio-políticos, y su sustento radica en la existencia de consumidores que están dispuestos a pagar un sobreprecio por estos productos» (Boletín Nº 50 Serie técnica, 1994).

Este tipo de posturas anula las posibilidades de desarrollas opciones uruguayas basadas en la calidad ambiental, y dejan como única salida los paquetes tecnológicos convencionales, los que en buena medida son responsables de muchos de los problemas ambientales que hoy padecemos.

La política de la sustentabilidad agropecuaria

Estos y otros ejemplos indican que se enfrenta un problema en diseñar las políticas de desarrollo agropecuario. Nos enfrentamos a dos grandes tendencias: una apuesta a la intensificación en agroquímicos, biotecnología y mecanización, y la mercantilización, y la otra a la calidad de los productos, la conservación ambiental y la solidaridad social. Es sorprendente que incluso los defensores de la primera opción reconocen sus impactos negativos. Por ejemplo el ex director de la oficina estatal de planificación de políticas agropecuarias, J. Preve, propone una «segunda o tercera generación de reformas» con el objetivo de impulsar el «crecimiento continuo de la productividad». Pero él mismo admite que las nuevas estrategias de desarrollo agropecuario se asocian «al uso cada vez más intensivo de maquinaria potente, de agroquímicos, de genética de alto valor, de calificación en la gestión empresarial, etc.», con lo que se desencadenarían impactos en el sector, caída de la rentabilidad, salida de productores, búsqueda de ingresos por fuera de los predios, y se deberían enfrentar problemas en alcanzar niveles de calidad muy elevados. Sorprendentemente se defiende una línea de acción que ya se reconoce que agravará los problemas actuales del agro.

En estas posturas quedan muchas dudas sobre cómo se preservarán los recursos naturales que son esenciales para la producción agropecuaria. Precisamente este punto es ahora reconocido por casi todos, y como ejemplo basta la nueva propuesta de la «Estrategia para el desarrollo agroalimentario en América Latina y el Caribe» del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que por cierto está muy lejos de ser una institución ambientalista. El BID insiste en que una de las áreas prioritarias de inversión es el aprovechamiento sostenible de los recursos naturales, reconociendo que se han utilizado tácticas depredadoras por su impacto ambiental, junto a políticas inadecuadas en el uso y acceso a los recursos naturales. El BID indica que uno de los problemas centrales «es la inhabilidad de los mercados para valorar los beneficios y costos externos» asociados con el uso de los recursos naturales.

Si bien ya no se niega explícitamente la importancia de la temática ambiental, en los hechos queda en un segundo plano, tanto a nivel de las principales metas estratégicas de desarrollo, como en los recursos humanos y financieros asignados. En este artículo ya se han presentado ejemplos desde el gobierno, los centros académicos, pero lo mismo sucede con algunos sectores gremiales. Este caso lo ilustra el informe del reciente congreso del Consejo de Entidades Agropecuarias para el Desarrollo (CEAD), ya que en las conclusiones de los talleres temáticos no se destacaban los temas ambientales, ni siquiera en aquel dedicado a las estrategias comerciales (El Observador Agropecuario, 19 de Mayo).

Por lo tanto es necesario pasar a acciones concretas en la incorporación de estos aspectos ambientales. Las condiciones ambientales no sólo son necesarias para la protección de nuestro patrimonio biológico, sino que hoy ofrecen ventajas comerciales. Ese hecho clave ya ha sido advertido en el ámbito agropecuario; por ejemplo, Hugo Durán del Instituto del Plan Agropecuario sostiene que las «nuevas barreras emergentes no arancelarias al comercio debemos verlas como oportunidades para nuestros productos». Esas nuevas condicionalidades son el bienestar animal, la conservación ambiental, la extensibilidad y la certificación de los productos. El Ing Durán acertadamente indica que una de las recomendaciones que se realiza en Europa para remontar su deterioro ambiental es pasar a sistemas de producción más extensivos, y lograr así reducciones en los impactos ambientales, y agrega que «este es el sistema típico de producción que la zona agrícola ganadera y lechera del Uruguay viene llevando adelante desde hace más de 30 años». Justamente allí están las grandes ventajas del país. En la misma línea CLAES viene trabajando, con el apoyo de la Embajada Británica, en una serie de talleres regionales con productores rurales donde es evidente la sensibilidad de muchos de ellos de buscar nuevas perspectivas productivas para sus predios.

En estos casos queda en claro que las condiciones de calidad ambiental juegan a favor de Uruguay, y en especial del sector ganadero. Estas ventajas deben ser puestas sobre la mesa, y apoyadas con adecuados sistemas que las certifiquen y las difundan por medios de marketing y publicidad hasta alcanzar a los consumidores de otros países. La calidad ambiental, como centro de esta estrategia, también nos permitiría remontar el proteccionismo comercial europeo, ya que la discusión debe ser llevada a su terreno, analizando si esos países cumplen o no con las metas ambientales que pregonan. Atacar el concepto de calidad ambiental en los foros internacionales terminaría por ser un boomerang que se volvería contra Uruguay, limitando la posibilidad de desarrollar su propios rubros de exportación.

Si bien Uruguay tiene muchas ventajas para llegar a una calidad natural en sus productos agroalimentarios, no debe creerse que es un paraíso verde. Ya existen signos de deterioro, y por ello estamos en el momento de tomar decisiones. Si no toma medidas, se continuará en una camino de intensificación y creciente impacto ambiental, que pondrá en entredicho las condiciones de «producto natural». La situación ambiental uruguaya no es alarmante como la Europea, pero es necesario reaccionar ante los problemas que hoy se enfrentan. Si se decide actuar, con muy pocas acciones, y en particular con nuevos sistemas de certificación y trazabilidad, se podrá lograr esa condición de «producto natural» elevándola a una posición que muy pocos países en el mundo podrán alcanzar. Ello requerirá un fuerte apoyo a la investigación básica y tecnológica, cambios institucionales importantes, y sobre todo una nueva actitud que se apoye en la innovación y originalidad.

Bibliografía

BID. 2000. Estrategia para el desarrollo agroalimentario en América Latina y el Caribe. Dpt. Desarrollo Sostenible, BID, Washington.

Bocchetto, R.M. 1994. Aspectos multidimensionales de la sustentabilidad agrícola y el enfoque interdisciplinario, pp 33-51, En «Diálogo XLII, Recursos naturales y sostenibilidad agrícola», PROCISUR, IICA, Montevideo.

Carson, R.L. 1960. Primavera silenciosa, Grijalbo, Barcelona (1980).

Durán Martínez, H. 2000. Resumen de la gira y perspectivas para el Uruguay, En «Situación y perspectivas de la cadena cárnica internacional». Instituto Plan Agropecuario e IICA, Montevideo.

Preve, J. 1999. Algunos temas de política agrícola para el futuro. Anuario OPYPA 2000, Montevideo.

Viglizzo, E.F. 1997. Uso sustentable de tierras y aguas en el Cono Zur, pp 53-73, En «Libro Verde, Elementos para una política agroambiental en el Cono Sur». PROCISUR, IICA, Montevideo.

 

E. Gudynas esnvestigador en CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social). Publicado en el suplemento Lecturas de los Domingos, La República, 4 de Junio 2000, pp 10-11.